Una guerra cuyo precio lo pagamos en mayor y menor medida entre todos. Antes de que empiece la guerra, ya estábamos en un contexto complicado desde que apareció la pandemia del COVID.
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La situación ya era complicada antes del inicio de la guerra. Desde que apareció la pandemia del COVID, los precios de la energía han subido y eso produjo el encarecimiento del sector de transporte, por ende, la cadena de suministros está totalmente distorsionada. Este repunte de la inflación y problemas derivados en distintas partes del mundo, responden a la política China a inicios de 2020, que corta los suministros cerrando sus ciudades imponiendo medidas muy duras para hacer cumplir el confinamiento masivo en su sociedad, lo que produjo una caída de la producción global.
Recordemos que las acciones tomadas son multilaterales, pero no globales, por lo que naturalmente habrá países a los que les afecta más que a otros. El problema de suministros en el presente producido por la guerra entre Rusia y Ucrania, también son problemas añadidos que produjo la pandemia.
Cuando hablamos del conflicto entre Rusia y Ucrania, este necesita ser analizado desde diferentes puntos de vista: militar, económico y democrático. La guerra comienza con la invasión de Rusia hacia Ucrania, pero el inicio de la crisis económica también comienza con la cancelación de Ucrania, uno de los principales productores de grano, como consecuencia de la invasión.
Lo que vivimos en la actualidad no es una guerra económica, sino el efecto bumerán de las sanciones realizadas por Europa y Estados Unidos a Rusia, que respondían a la fantasía de una victoria militar de Ucrania contra Rusia. El sistema político europeo ha visto necesaria la acción de implementar sanciones económicas a Rusia junto al envió de armas a Ucrania, en una guerra que pudo no haber escalado hasta los niveles actuales, creyendo que el debilitamiento de Rusia iba a ser inmediato. La geopolítica se antepuso ante los negocios y las sanciones impuestas han colisionado con los propios intereses de los países europeos.
Para Rusia el problema de las sanciones económicas, no va a tener el mismo efecto que produce en Europa, lógicamente estas sanciones le traen inconvenientes como el de cambiar de clientes, pero Rusia siempre ha sido un gigante militar pero un enano económico. Las sanciones económicas naturalmente avanzan y generan consecuencias para Rusia, pero aparece mejor preparada que Europa. Por ejemplo, las importaciones de petróleo ruso a China ascendieron a 55 % y hoy Rusia aparece como el principal proveedor de petróleo a China por delante de Arabia Saudí.
Según los datos publicados esta semana por las aduanas chinas, la importación de petróleo ruso se disparó un 55% en el mes de mayo respecto al mismo periodo del año anterior. El gigante asiático recibió este mes cerca de 8,42 millones de toneladas de crudo a través del oleoducto de Siberia Oriental y el océano Pacífico, y también a través de los envíos marítimos. Son casi dos millones de barriles diarios. Las empresas estatales chinas Sinopec y Zhenhua Oil son los principales compradores (ARA, 2022).
Cuando hay decisiones políticas que interfieren en el normal funcionamiento de la economía globalizada, las bases de ese equilibrio se rompen. La consecuencia ahora es un problema de suministros rotos, la reposición de distintos bloques comerciales en busca de nuevos mercados y exportaciones atrofiadas.
El problema de la interferencia política en la economía es que los países occidentales reconocen que la situación es grave, ya que está en juego el suministro de energía de la locomotora europea, pero nadie está hablando de cómo parar la guerra. Al contrario, cada vez se ve un confrontamiento político más álgido. Recordemos que en abril se realizaron negociaciones entre Rusia y Ucrania. Rusia presentó 4 demandas, básicamente dos políticas y dos territoriales. Entre las peticiones políticas se pedía la neutralidad y la desmilitarización de Ucrania, mientras que en las territoriales el Donbás y Crimea. “Las conversaciones para asegurar el estatus neutral de Ucrania, fuera de cualquier bloque y sin armas nucleares, continúan”, (..) entre los que incluyó la desmilitarización del país, la restauración del ruso como idioma oficial y el reconocimiento de Crimea como parte de Rusia. Sin embargo, para la región de Donbás ha exigido solo su independencia y no su integración en la Federación Rusa (El País, 2022).
Las demandas políticas ya estaban casi resueltas y las territoriales parecían negociables con lo cual surgía la posibilidad de que Rusia abandonara esas zonas y por consecuencia el comienzo del fin de la guerra. A finales de abril aparecieron las imágenes de Bucha, Ucrania (con el apoyo de Estados Unidos a mandar armamento) determinó que este conflicto alcanzaría una resolución estrictamente militar y abandono las negociaciones.
Actualmente nos vemos en una situación complicada, respecto a la posibilidad de la neutralidad que aparece como una propuesta casi imposible (Finlandia y Suecia solicitan ingreso a la OTAN) por otro lado, la opción de desmilitarización de Ucrania es improbable ya que está cada vez está llenándose de más armas, y respecto a las cuestiones territoriales actualmente el Donbás aparece ya tomado en su mayoría por fuerzas rusas.
Tras cuatro meses de inicio de la guerra (que inició el 24 de febrero de 2022), la situación es más complicada y la posibilidad de que la guerra acabe pronto se ve más lejana que al principio. ¿Cómo desactivar este problema sin generar más conflicto?. Mientras se prolongue la guerra y no se force la paz de una manera u otra, los frenos que están poniéndose para la recuperación de la economía global no servirán de mucho.
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